So we, being many, are one body in Christ,
and every one members one of another.
Romans 12:5
El hombre siempre se ha gloriado en su habilidad para controlar su entorno. El hombre antiguo domó a los animales; los exploradores domesticaron lo salvaje y domesticaron el mar, mientras que los conquistadores domesticaron a otras personas. Hoy en día, el hombre moderno ha triunfado sobre las enfermedades, ha explorado el espacio, ha alargado su vida y, hasta cierto punto, incluso ha aprovechado el poder de la naturaleza misma. Sin embargo, a pesar del gran orgullo que el hombre pone en convertirse en gobernante de todo lo que contempla, hay una cosa sobre la que el hombre afirma no tener control: ¡SÍ MISMO! Los científicos de hoy afirman haber descubierto un origen genético para casi todos los pecados en la Biblia, desde el robo hasta el asesinato, la infidelidad e incluso la homosexualidad. Entonces, ¿es el destino del hombre ser gobernado para siempre por sus propios instintos básicos? ¿Y por qué Dios nos daría el mandamiento de abstenernos del pecado cuando el tejido mismo del pecado está en nuestro ADN? ¿Somos verdaderamente “nacidos de esta manera”? ¿O el mundo ha sido engañado por la ilusión satánica de que la servidumbre al pecado es nuestro único destino?
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